Legalizar la marihuana

20 DE FEBRERO DEL 2014

POR: CÉSAR PEÑA

cesarpesa@hotmail.com, twitter@tesaron, Facebook

 

La discusión sobre la eventual legalización de las drogas en México, ha seguido un tono totalmente mojigato, más luego de los sucesos que se han dado en otros lugares, pero más aún, sobre los daños que ha hecho a nuestro país la absurda política prohibicionista de parte de la Unión Americana,  donde contrario a esto, se ha dado su primer avance al despenalizar el consumo recreativo en Colorado desde hace un par de meses.

                Dos procesos diferentes se gestan a nivel mundial para que a nivel local se decidiera abrir la discusión para ello; uno, el de Estados Unidos y los cambios impulsados por sus residentes y dos, el originado en Uruguay, a raíz de un gobierno progresista como el de José Mújica y el deseo de actuar con racionalidad frente a un problema social ataviado como un monstruo de mil cabezas.

                Cuando en la década de los 40 del siglo pasado se decidió aceptar los mandatos de Washington, había planes en México para un proceso autónomo de no criminalización de los consumidores, siempre con la óptica de salud, visión que fue prontamente censurada por quien hemos visto, ha sacado todo el provecho de que las drogas sean ilegales.

De este lado realmente nos preguntamos si la intención de las autoridades de EU es acabar algún día con las drogas, pues su Sistema Judicial, de detener narcomenudistas para después devolverlo a la calle en calidad de testigos protegidos que necesariamente volverán a delinquir, genera muchas dudas, más cuando los peces grandes aparecen muy de vez en cuando y su país sigue inundando de fármacos.

Sin embargo, son las mismas concepciones particulares de los consumidores lo que ha presionado  y movilizado a los legisladores para abrir la posibilidad del consumo recreativo, algo que se pide en México, donde sólo las autoridades del Distrito Federal, tímidamente han tomado el problema sólo con la marihuana cuando se necesita avanzar en el resto de sustancias adictivas.

El caso de Uruguay es totalmente aparte. No es producto de la improvisación ni de presiones internas, sino una necesidad basada en la racionalidad y la pertinencia respecto a que la ilegalidad ha generado mayores problemas a la juventud, al país y a todo el cuerpo social, que no es posible dejarlo a la deriva o seguir negando algo omnipresente.

El caso del DF no se puede simplemente pensar en cuestiones médicas, en que se apruebe la marihuana para uso medicinal o remedio como es el anteproyecto que se pretende llevar al seno de la Asamblea Legislativa del DF, o como lo busca el Senado de la República, que en una propuesta inédita busca ampliar la cantidad de consumo personal, con el mínimo avance de que busca atender la problemática con un enfoque de salud.

Mientras en la capital de la República, donde se dan estos tibios intentos por hacer algo ante el problema que carcome México desde hace una década,  el resto de las entidades siguen tan hundidas en limbo de la comodidad, prestas a ver lo que hacen los otros mientras siguen sus jóvenes perdidos en el consumo, tratados como delincuentes o haciéndose delincuentes por culpa de esta situación que genera dinero para unos y desgracias para otros.

Es por eso que digo que los cambios no están acordes a la dinámica de los tiempos. Es de reconocerse cómo una ganancia que ya sea hable del tema y se organicen foros de discusión para que algún día se legalice su consuno, pero no debemos engañarnos ni contentarnos con ello cuando el agua nos ha llegado al cuello desde hace mucho.

Pero la pregunta es ¿Cuánto más debemos esperar para que se deje en cada quien la responsabilidad de ver lo que se mete al cuerpo?   Creo que vamos demasiado lentos ante la tragedia social que vivimos  y de la que no nos hemos recuperado.  

 

Cuentas claras: Aunque la alcaldesa de Zempoala, Selene Peña Ávila ha intentado recomponer el camino luego de que allá arriba le han refrendado el apoyo para continuar con su mandato, posiblemente hasta el final, la soberbia no la deja del todo y los desplantes no los puede ocultar por más que quiera. Si un reflector no la alumbra, el malestar irrumpe y lo peor del caso, es que lo hace públicamente y para mal de quienes siguen creyendo en ella en la altas esferas políticas, la ciudadanía se percata de ello una y otra vez, poniendo mayor distancia con ella y su partido.

 

*  Periodista, investigador y economista