GASTO SOCIAL

13 DE SEPTIEMBRE 2012

MÉXICO HERIDO

 

La urgencia con la que el país reclama un proceso de reconciliación y reconstrucción del tejido social es de tal dimensión que no basta con perdones oficiales, becas a los hijos y viudas de oficiales y militares caídos, o palabras de falso triunfalismo desde Los Pinos que nos hagan creer que vale la pena emprender esta grotesca lucha contra los criminales.

            Nada de la palabrería oficial ni los buenos deseos gubernamentales sirven para describir la tragedia nacional ni menos para compensar el daño provocado a las familias, que en su doloroso proceso de desintegración, ven perder a los padres de familia, madres, hermanos e hijos que han decidido ingresar a “las filas del narcotráfico” y que han perdido la vida por intentar sobrevivir por la vía ilegal, pues en la legal las ocupaciones son escasas y con pírricos salarios.

            La administración “calderonista” ha manejado la estrategia de seguridad como una guerra, y como es sabido, en las guerras hay bajas y mucha sangre. Tan sólo en Chihuahua, los huérfanos suman cerca de seis mil, son pequeños que se han quedado sin padres y que representan un reto para el DIF. A nivel nacional, se habla de entre 15 mil y 25 mil los niños que se quedaron sin sustento.

              El discurso, desde el inicio del sexenio, y en la parte final del foxismo, intentó justificar las muertes de los criminales para crear la sensación de que su pérdida era en realidad un acto de justicia, pero de ninguna manera es así. La muerte de estas personas es una tragedia para sus seres queridos y un fracaso para el Gobierno federal, que no pudo ofrecerles una oportunidad decorosa. Hasta una muerte, por la causa que sea, es inaceptable, con mayor razón la de 65 mil personas con las que cerrará el sexenio.

            Si reprobable es que mueran los jefes de familia  en su intento por llevar a su hogar el pan metiéndose a actividades criminales, lo es también la caída de inocentes, los “daños colaterales” que la administración federal minimiza como parte de los costos por esta aventura bélica que muchos mexicanos no apoyamos.

            Es claro que mientras no termine esta forma en que se ha decidido resolver un problema de seguridad, y en el fondo (económico) es impensable pensar en una reconciliación política que posibilite a las personas una verdadera paz, no el enrarecido clima que hoy se nos intenta vender como tranquilidad.

            Ni que decir de los desplazados; la cifra más conservadora habla de que 50 mil personas han tenido que dejar sus tierras para ir a un lugar más seguro, que en el caso del norte implica cruzar la frontera o bien buscar acomodo en territorio nacional, dejando atrás familiares, amigos y propiedades.

            No hay palabra para describir el daño a las familias, a la sociedad entera. Un estudio reciente señala que 1 de 4 personas ha tenido algún pariente involucrado o dañado por esta guerra contra la criminalidad, es decir, la cuarta parte de la población registra agravios  por la política presidencial, porque si hablamos de consecuencias, la mayor parte de la población vive con miedo e incertidumbre.

            México se encuentra herido de consideración, hoy la gente está perdiendo casi todo vestigio de calma en su vida. Los pueblos, las ciudades y todos los espacios están siendo víctimas, tanto del hampa o bien de la militarización o de ambas y lo peor es que se le apuesta a ese mismo remedio de choque hasta el final del actual sexenio.

            Cada vez más jóvenes y ahora hasta menores de edad están ingresando a actividades criminales. La presencia de mujeres es igualmente creciente sin que haya más remedio que atenderlos por la vía de las armas y la cárcel. Con los negocios cerrando a la velocidad de la luz y la ocupación a la velocidad de las tortugas, el fantasma de la tragedia humanitaria se asoma por todo el país.

            La planta productiva está amenazada con empresarios extorsionados, trabajadores volátiles y condiciones de seguridad nulas. La Iniciativa Privada levanta la voz pero pocos resultados existen como para la mayoría de la población a quienes se les piden esperar efectos a largo plazo, la pregunta es, ¿cuánto aguantaremos...?            

           

César Peña *

tesaron@hotmail.com

    

*Periodista, investigador y economista